Era un Domingo cualquiera. Habíamos subido al trastero de
Kato por aquello de la inercia. Esa noche, a altas horas de la madrugada, cuando estaba claro que nada más interesante que nuestro propio aliento nos iba a acariciar,
Kato me explicó su teoría de los números impares.
Al principio pensé que las percepciones sensoriales de
Kato se habían atrofiado
. Pero ni siquiera hoy soy capaz de explicar la magnitud de su historia. Si escribo esto es para obtener cierto alivio de sus palabras, para decirme a mí mismo que aunque dos verdades puedan coexistir, aquello era un imposible, y que todo lo que pasó después, producto de esa imposibilidad. De otro modo ¿Cómo explicar que yo esté hoy escribiendo esto?
Hasta esa noche yo había pensado que la noción del universo empezaba con el
Big Bang. Creía que lo poco que sabemos de él se había convertido en una visión cosmológica válida que dependía de las propiedades físicas de lamasa y la energía y cuya existencia se media en proporción a su expansión. Después de escuchar a
Kato, también supe por qué el destino del universo se había convertido en el tema de numerosas novelas de ciencia ficción.
El caso es, me decía un
Kato ya ebrio, que tus actos y tu vida son símbolos del orden del universo. No estaba yo para asuntos cabalísticos esa noche, pero poco a poco su historia empezó a cautivarme. En general, decía él, nuestras vidas viajan de forma abrupta de un evento a otro. Una persona toma un camino, gira en una esquina, se para, se desvía brevemente y vuelve a empezar. Nunca sabemos nada, e inevitablemente llegamos a un sitio diferente del que habíamos imaginado en un principio.Dentro de este mar de ignorancia, sólo la teoría de los números impares puede ofrecernos alguna luz. La interacción entre el número 19 y el número 11 crean las vibraciones básicas de la vida de una persona, continuaba diciendo Kato, y el número 11 y el 25 son las vibraciones
máster. Según él, éstas vibraciones afectaban la forma en la que uno vivía, dibujando un destino único.
Conté y junté los números de los que Kato hablaba. Yo había nacido del 19 del 11 de 1979. Faltaban 25 días para que cumpliese 20 años, y esa fecha sería el 19 del 11 de 1999.
Todos, claro está, excepto el 20. Le miré rezagado, hundiéndome en el sofá.
Esa noche todo cambió para mí. Fue una especie de revelación, y cuando tuve tiempo para asimilarla, me pregunté cómo era posible que hubiese vivido tanto tiempo sin entender algo tan simple. El hecho que esté escribiendo esta historia prueba que había una grieta en las elucubraciones de
Kato: que cualquiera que fuese el último destino, cada universo paralelo tiene uno diferente.