miércoles, 14 de octubre de 2009

Víctor

Era una noche polar. Las cuatro de la mañana y sin conciliar el sueño. Ana pensó en pasear por la playa. Miró por la ventana y vio que las nubes amenazaban con desgajarse en aire sucio.

Convencería a Víctor. Le diría que necesitaba ser vaganbunda, que las paredes empezaban a moverse hacia el interior. Cedería. El truco estaba en hacerle pensar que era él quien quería pasear. Se puso a trabajar. Mientras lo hacía recordó que hubo un tiempo en el que él entendía cada temblor, cada roce. Entendía el sonido del silencio. Sólo su tacto sabía traducir el fracaso del lenguaje en las horas nocturnas.

Se sobresaltó al moverse Víctor bruscamente, pero no era un movimiento propio, era el vaivén de la mano de Ana sobre su cuerpo. Víctor estaba inerte. Ni sacudiéndolo fuerte lo hacía despertar. Tuvo que pegar las yemas de los dedos a sus párpados y separarlos con fuerza. Los dejó tan abiertos que nunca más se cerrarían. Sus ojos azabache se burlaban de ella. Se reían antes de ser felices. Pidió que la acompañase. Le venía la náusea despacito, le dijo, se creía embotellada, con lagunas de sueño. Quería sentir la brisa. Respirar el mar.

Miró a Víctor y vio su rostro desarticulado. Miró por la ventana y vio árboles juguete.

Deambularon por una calle vacía. Se encendía alguna luz que no iluminaba a nadie creando un juego de espejos y sombras que salían por puertas y ventanas absurdas. Era la agonía de lo sensual. Caminaron escuchando sus pasos en otra calle. Se metieron entre las dunas. Habían estado allí muchas veces antes. Era un espacio describiendo el signo de lo imposible. Se sentó en la arena mirándolo fijamente. ¿Qué nos ha pasado Víctor? Te he querido como nunca quise a nadie. Como no podré querer ya más.

Abrí el bolso, cogí el cuchillo, saqué el corazón de lana, lo tomé en mis manos, lo besé con pausa, lo lanzé lejos, se cayó en un bote de basura. Me levanté y miré a Víctor en el suelo. Sin tripas, con ojos: de cristal, mirándome. De vuelta a casa, una nube de este mundo y otra del otro caminaron junto a mí. Llegué tiritando, calada hasta los huesos. Era una noche polar, en la que un solo sueño ordena lo vivido. Tenía nueve años.

The betrayal of images

The betrayal of images
no te fies de lo que veas, de lo que oigas, de lo que sientas...