Me miraba. Era él. Lo conocía muy bien. Íbamos los dos en el mismo vagón, frente a frente. La mirada es lo más profundo que hay. Sostuvo sus ojos fijos en los míos y articuló tres o cuatro frases siniestras. En la siguiente estación y sin darme tiempo a preguntar, bajó.
Decidí no salir del metro en unas cuantas horas, necesitaba el sonido del tren contra las vías para entender el significado de sus palabras. Después me di cuenta de que aquello sólo era el principio de una vida subterránea.
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Hace 4 años